Vuelvo sin razón y de repente
a las aguas de aquel río
del que ahora sé que fue
el último verano
que conoció mi juventud,
estabas tú
entonces
inscrita en él y herida y joven
y tan callada
y cerca de sus aguas
que yo no podía
dejar de contemplarte
ajena como estabas a aquel cielo estampado
de mil moraduras y naranjas
que traía en sus variantes el verano
y el bosque repleto de promesas
de la tierra que atardece.
Pensé:
eres una cercanía que desconozco
un cubil de cerezas y de tierra
una visión que se derrama
en algo que
se pierde
justo ahora
y para siempre.
Y aquel cielo oscureció
y se vació
y estampó en la noche tu luz sobre mis ojos
que aún despiertos
te miraban.
Así se nos fue,
aquella ciudad
y aquel verano
dejándote conmigo a su manera
entre los ojos de sus cuervos,
el aroma de agosto
y la luz de luna llena abierta
en tu buhardilla.
Mientras tú
dormías tranquila
por encima del tiempo
y de las cosas
como el río que acostumbra a despertar
en presentes siempre vivos.
Dormías,
como lo hacen los recuerdos
cuando sueñan lo que son
y no saben de la sed
ni de sus aguas.