Confesión

Son las cuatro
de la mañana,
hay
un vaso de cristal
sobre mi mesa,
unos apuntes
de inutilidades
y de ahogos
troceados
bajo el flexo
como anclajes
de un álbum propio
que se pierde
en unos ojos
siempre abiertos
y anegados.

Arriba,
la noche tiene
ese manto espectral
y azul
de luna limpia,
ese frío raro
también tiene
el mal perder
irrespirable
de un mayo tuerto
sobre un desierto
sin sirena.

Miro
sobre la pared
enlunada
estos dedos
flacos
que no alcanzaron
a querer
realmente
nada.

Poco después
algo extraño
y rápido
trepa
de la pared
a sus yemas
sube por el brazo
a su final
llega hasta los ojos
y sacude
el nervio
de la nada.

Aquí estoy
otra vez.

Lo confieso,
no me acostumbré
nunca a esto
de recomponerse
y de existir,
este desconcierto
de habitarme
en lo imposible
será siempre
absoluto.