Se hunden tus imágenes y voces
entre mi mirada atenta a todas tus capturas de escorzos y retratos,
te desvaneces, al fin, besada piel de cine.
Te pierdes, lentamente, tal como quisiste,
con la luz de aquella tarde
sobre tu cuerpo desnudo
y el vestido tirado en cualquier parte.
Ya se entremezcla tu recuerdo en los horarios
se vuelve cristal y mansedumbre
que se agita y protesta cada vez más vagamente
en la lejanía de ese cajón que abre el otoño
presto a centrifugarlo todo en el pasado
para que reaparezcas después, tal vez,
en la esperanza de otro desengaño
como si nunca nos hubiésemos tenido.
Lo imaginado contigo, es cierto,
es ya un lugar casi tan vacío
como aquellas cervezas y miradas
que dejamos una vez sobre la mesa.
Tu rostro y su ilusión se aligeran en mi frente,
el sabor de tu flor, tu mirada clara y viva
ya espumean con la asunción de un peso nuevo.
La que fue la última juventud
toma el peso roído de este otoño.