Super 8

Está volviendo a pasar madre,
la nada se abre paso hoy, otra vez, 
entre nosotros.

La proyección nos despliega; 
allí un mar etalonado en super 8
moja mis pies, apenas sé andar
y no me reconozco,
juego descalzo con el tiempo
en un atardecer de celofán
que abre y gira
los cristales rotos del mar 
que están hoy bajo tu pecho. 

Y corro hacia ti
y no lo recuerdo,
y llego a ti
y no lo recuerdo,
orilla póstuma y brillante
¿cuánta vida de los dos 
quedó en la arena de tus ojos?

Me das la mano,
joven y morena,
miras a la cámara Yashica H-8
y aquí estamos otra vez,
en este infinito de triacetato, 
en su horizonte
de solo ocho mílimetros,
un mar adentro sin reverso
a esta luz del proyector.

Me hablas al oído,
me hablas ya sin voz
de lo que será tu imagen muda
que vendrá,
de tu fantasma de tiempos
y álbumes de fotos
sin error de paralaje.

Me dices algo breve
que no puedo leer de tus labios,
que no recuerdo,
y suelto tu mano 
que queda abierta, esperando.

El metraje se inflama y enrojece,
pero apenas sé andar 
y no tengo miedo; 
yo solo quería volver al mar,
madre,
buscar tu voz,
huir de ti, ahora lo sé,
para encontrarte.

Pero la realidad es que
estoy perdiendo tu rostro con los años
y la vida que nos queda 
es una proyección en super 8 
que acaba y salta,
que proyecta ahora en la pantalla
tu luz blanca 
que quiere hablar y queda muda,
que quiere hablar
y no encuentra mi nombre.