Trac, trac,
trac, trac,
será mejor que me largue
y pronto
de aquí.
Quedan doce días
tiempo suficiente para comprobar
si esto es un reto o un asalto
de lo real a la cordura
que pueda ser dejado atrás
o una amenaza de ultratumba
que me arrastre a los infiernos.
El caso es cierto
y pertenece a la vigilia
de mi verdad,
o eso creo.
Estoy lejos de casa
y cerca del círculo polar
acepté venir a aquí,
ya sabéis,
uno de esos lugares accidentales
y abandonados
que jamás visitarías,
una invitación
otras costumbres
de gente de piel blanca
y mirada gélida inquietante
cerca del círculo polar del planeta,
trac, trac,
trac, trac,
¿escucháis?
Aquí en diciembre es noche eterna
y esto es apenas una aldea
con un lago a las afueras
un cementerio bicolor
cerca del bosque
con el irreal matiz
de sus muertos hundidos
bajo letras doradas
de mármol negro y vertical
recubiertas por la nieve
a los pies de una iglesia
del siglo dieciocho.
Y, por supuesto,
un par de supermercados del siglo veintiuno.
Así que por qué no,
esto es justo lo que necesita
un parado de larga duración
del sur de Europa
como yo,
claro que sí.
Todo empezó pronto a ir mal
algo indetectable infestaba el ambiente
era la nieve,
cierto tipo de nieve,
puede que no me creáis
pero gracias a ella
descubrí que mi sensibilidad
era, por desgracia, de carácter delirante
y naturaleza diferente
de la que creía moldear en las palabras.
¿Locura?
ojala
¿eso creéis?
atendedme antes
¿habéis escuchado antes a un loco
desear vuestra cordura a costa
de la realidad impenetrable de su mundo?
porque la realidad de un loco es tan real
como la vuestra
pero más angustiosa, extrema
y solitaria.
Llegamos a Finlandia
a una casa que el ayuntamiento de Sysmä
había cedido
trac, trac
trac, trac,
una residencia internacional de escritores
un mes de estancia
para tres personas incluyéndome.
Nos encontramos allí sin conocernos
y abrimos
el libro de visitas,
incomprensiblemente antiguo
su cubierta era dura,
de cuero reseco,
comprobamos entonces
que éramos
los primeros extranjeros,
nos pareció curioso entonces
las páginas apergaminadas
aparecían rellenas de
largas dedicatorias y firmas a pie de página
algún dibujo extraño y casi cabalístico
y en las primeras los nombres de los residentes,
al lado su ciudad de origen
Vantaa, Rovaniemi, Jyväskylä,
Lahti, Normes, Kittilä,
y, tras páginas arrancadas,
unas fechas tan antiguas
que tenían que ser broma.
Poco después
encadenamos ya los primeros días sin luz
y empecé a despertarme en plena noche
trac, trac,
trac, trac,
o al menos en aquella parte de ella
en que se duerme,
y esas presencias
poco a poco fueron tomando cuerpo…
trac, trac
trac, trac
pero debo intentar ser ordenado,
ordenado
una narración lógica
y coherente
es siempre síntoma de cordura,
o cederéis a una conclusión precipitada y razonable
sobre mí,
así que orden
y
así,
os digo que
antes de todo ello
a nuestra llegada
precedida por la nieve
la vieja encargada de la casa
nos enseñó el pueblo
al recibirnos,
y cuando la visita parecía ya acabada
su ojos rebasaron el horizonte
y se detuvo, perdiéndose allá lejos,
cogió un puñado de barro del suelo
lo mordió, os lo juro, con deleite,
dijo después algo en su lengua:
“Kangaspuut”
y justo antes de ver sus dientes puntiagudos
abrirse bajo la nieve repentina
pude sentir por primera vez el secreto y
el espanto de aquel lugar bajo su cielo.
“Al telar,
vayamos ya al telar…”
dijo en un inglés cortado a golpes
entre el vaho y el aire
de aquella horrible dentadura
respondiendo a alguien invisible.
Y fuimos,
fuimos
al telar,
al “Kangaspuut”
donde ancianas muy viejas
desdentadas
y casi ciegas
casi muertas y arrugadas
tejían
a golpes duros y continuos de pedales
en ruidosas maquinas de madera
del siglo pasado
tradicionales alfombras hechas con
ovillos de una siniestra tela desusada
blanda al tacto.
y tejían,
y tejían
trac, trac
trac, trac.
Esa noche os digo
empezaron a entretejer también
algo inacabado y sin amanecer
en mi cabeza,
han encerrado algo de este lugar
bajo la oscura y seca cáscara
del cráneo.
Empecé a sentir
entre las noches
presencias oscilantes
que se movían en el vacío de la casa,
vibraciones de pasos sobre la madera
humedad de huellas en el aire,
algo, había algo allí, que sin tomar forma
todavía,
avanzaba cada noche,
y de fondo,
muy lejano,
escuchaba
el tricotar incansable del telar.
El trac, trac
del telar
el trac, trac
inagotable
enloquecedor
de esas brujas moribundas
tejiendo y dando forma
a sus visiones
poco a poco
en la casa y en mi noche.
Mis compañeros de residencia permanecían ajenos a todo,
divertidos al principio,
achacaron a lo que llamaron, entre risas, mi delirio
a falta de luz solar
a su ansiedad transitoria.
Un leve trastorno, dijeron,
de aclimatación,
¿sí?
el telar no cesaba ni en mi cabeza
ni en las noches,
y repetía
y repetía su sonido incesante,
en esa casa había algo creciendo
cerca de nosotros.
Raúl, en concreto
pasados unos días y por confianza
fue más duro con el borrador de mis sospechas,
chaladuras, buen material para un cuento
pero poco más y, desde luego,
alejado de la realidad de este pueblo
acogedor,
que me relajara,
que disfrutara.
Elena permanecía en la escritura de sus futuros
de ciencia ficción desarrollados entre Venus y mercurio
y miraba crecer mis nervios con esa indiferencia caprichosa
de mujer ceñida a otros objetivos y rutinas.
Trac, trac
trac, trac
la noche se tejía
entintaba de nieve
las letras doradas
los nombres de los muertos
su inermidad esculpida
en mármol negro
trac, trac
trac, trac
había, ¿era yo solo quién lo veía?
una húmeda comunión entre
los huesos del cementerio
la nieve susurrante
y el líquido del lago,
acaso
¿estaba en mi cabeza?
el tejer del telar
a todas horas
las páginas arrancadas
el trac, trac incesante
hilando la corporeidad
de los fantasmas vagantes
de la casa
noche
tras
noche
trac, trac,
trac, trac.
Sé que no volveré
y quedaré atrapado en esta tela
¿acaso regresaron Raúl y Elena?
no, sé que no,
ellos mismos me lo niegan
“yo ya me he ido”
me dice Raúl cuando le veo
desplazarse afónico y casi transparente
a través de las paredes
de la casa
“yo no estoy aquí”
me dijo ayer Elena
plantada
en contrapicado
abajo,
detenida
al pie de la escalera.
La noche no cesa
el frío continúa
la nieve golpea las ventanas,
sé que estoy solo,
han traído dos alfombras
nuevas del telar
a la casa,
que las deje pasar la noche
envueltas en su barro
me dice
el trac, trac
de ese hilar maldito de las brujas
al tricotar de sus pedales.
Por dios,
decidme que estoy loco
ayer noche vi formarse
en la oscuridad de mi cuarto
ojos aguados y dorados
observándome fijos en el aire
con el odio ansioso de los muertos,
luego vi sus dientes afilados
trac, trac
trac, trac
definiéndose a pedales y dentelladas
haciéndose precisos,
se están, os digo,
hilando sus cuerpos en el aire
trac, trac
trac, trac,
no puedo huir,
empiezo a estar convencido
de que también me he ido,
ayer me encontré tendido en la cama
paralizado
y en el aire
trac, trac,
trac, trac
esas viejas entraron en el aire
a tomarme las medidas,
algunas mordieron con sus dientes afilados
mis muñecas, las plantas de mis pies,
chuparon,
otras embadurnaron mis ojos con su barro
una sostenía el libro de visitas
leyéndolo en alto
bajo la llama exigua de las velas.
¿Lo soñé?
¿estoy soñando ahora en esta noche?
esta quietud
esta paz
¿ha pasado todo?
no escucho ya el “kangaspuut”
he dormido al fin unas horas
pero…
me he despertado
¿o sigo dormido?
doce días,
tengo que salir de aquí
ese murmullo que oigo
eso que escucho y crece
trac, pom
pom, trac,
¿es el telar o mi latir?
lo que veo ahora alargarse
huyendo a través de las muñecas
¿es vapor blando o la carne de mi cuerpo ovillándose en el aire?